Marie Major nace de una exhumación. Persona antes que personaje, resurge de la fosa común de la Historia para volver a entretejer, más de tres cientos años después, su íntima e ínfima tragedia con el proyecto de estado de la colonización de la Nouvelle France.
El punto es - nos parece - que en esta exhumación hay algo que trasciende, y por mucho, los confines entre narrativa e historia. Tómese en cuenta que, concediendo la razón a los psicólogos de la Gestalt, el ojo es un órgano intrínsecamente injusto, ya que mirar es despertar un objeto del silencio perceptivo en el que yace, condenando pero también todo lo demás a hundirse en aquel mismo silencio. Tómese en cuenta además que la mirada del historiador, también sujeta a las leyes de la percepción, no puede hablar de soberanos, generales, papas, presidentes, sin con ello mismo disolver el individuo en la demografía. De tal manera que, no teniendo otra opción que asumir alguna jerarquía preestablecida y siendo que por algún malentendido la más apreciada parecería ser la que hace del rey la figura y del súbdito el fondo, el historiador nunca podrá reconocer respecto, por ejemplo, a Luis XIV y Marie Major otra realidad que no sea una figura (el primero) y un grano inapreciable de su fondo (la segunda).
Plus il était en contact avec les hommes de loi, plus il nourrissait du ressentiment envers eux, car il était bien placé pour voir que le mot justice était souvent un pauvre leurre destiné a soumettre le bon peuple.
Sólo cuando la mirada que narra es la del arte se vuelve posible que aquella jerarquía peligre. Pero entonces, si la pluma logra que Marie Major se emancipe del fondo para ser figura (lo que la pluma de Sergine Desjardins logra de manera excelente), la literatura ha hecho mucho más que narrar: ha corregido la Historia.
Alberto Asero
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