Ignacio encarna aquella declinación de la ingenuidad técnica contemporánea que, extendiendo el baconiano scientia est potentia a la existencia misma, termina reduciendo la biografía a un territorio extranjero cuya apropiación es función del grado de colonización.
En el caso de Ignacio, la inercia que ilegítimamente se opone a la apropiación es el recuerdo, leído como pasado definido y definitivo que encadena el futuro, de tal manera que la liberación del futuro parecería ser consecuencia lógica de la liberación del pasado. Una (doble) liberación técnica, precisamente, que a partir de la objetivación del recuerdo se cristaliza en una especie de optimista ingeniería de la memoria, que sin embargo no puede darse más allá de una escenografía biográfica ilusoria. Sin darse cuenta, envuelto en este mentalismo ingenuo - hoy tan a menudo frecuentado por la retórica del “pensamiento positivo”, de la cual el Felisberto de Patricia Odriozola podría ser la parodia - Ignacio está destinado a perpetuar el error que en su momento Karl Jaspers denunció en psiquiatría: explicar no es (todavía) entender y toda explicación es, por su misma definición, insuficiente cuando el objeto es una existencia. Esta confusión entre explicación y comprensión anuncia un resultado al mismo tiempo dramático y patético: siendo irreal el presupuesto del recuerdo como ente separable del sujeto que lo piensa, siendo irreal el sujeto que del recuerdo del tal forma alienado puede deshacerse, el futuro liberado que de esta alienación brotará no podrá que ser él mismo irreal.
¿Será cierto que si elige un pasado en positivo puede ser un hombre nuevo? ¿Se podrá, realmente, renacer con recuerdos a la carta y frases de tarjeta postal?
El encuentro de Ignacio con Felisberto representa la clave de bóveda de esta refinada arquitectura narrativa. En primer lugar porque Felisberto - que en la narración es quien, precisamente por haberlo ya vivido, sabe adónde lleva el camino que Ignacio está a punto de emprender - disuelve la racionalidad de Ignacio en una ironía blasfema cuya razón de ser es mostrar que toda pretensión de corregir la realidad a través de una ilusión conduce a perpetuar (y no a resolver) el verdadero y único problema existencial, que es en definitiva existir como espectador. Mas sobre todo porque, a través del fracaso del encuentro mismo, Patricia Odriozola parecería aludir al tema inagotable de la incomunicabilidad existencial inactual en todas las místicas y vuelto invisible, en nuestro presente, por la mentalidad técnica dominante.
Alberto Asero
Patricia Odriozola, "Felisberto": Premio Literario Internacional Independiente, 2018, sexta edición: novela, primer premio (novela editada)
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