En el marco de las grandes migraciones hacia el continente americano de finales del siglo XIX y inicios del siglo XX, Margarita Girardi encarna en dos jóvenes italianos de provincia las inquietudes universales de las humanas raíces, cuya consistencia es más parecida a la del polen para el que ser libre significa confiarse a la ceguera de los vientos.
Magistralmente a caballo entre reconstrucción histórica y fantasía realista, el tiempo empieza a correr desde que para Emilio y José llega la hora de despedirse del pueblo natal para mirar hacia el otro lado del Atlántico y se apacigua, para el primero, con la fundación de una vida nueva y, para el segundo, con la disolución de la vida misma. Emilio logra reunirse con su hermano Santiago, emigrado en Argentina tiempo antes, sin sospechar que el destino lo llevará a enterrarlo y a casarse con su viuda, y menos aún que precisamente en el crisol hecho por aquel matrimonio triste y por el pedazo de tierra que finalmente logrará comprar brotarán sus nuevas raíces. José no encontrará nunca al primo Emilio, porque su barco - pero eso él lo ignora - no va a Argentina, sino a los Estados Unidos, donde lo están esperando túneles oscuros, húmedos y polvorientos de los que nunca emergerá por completo; ni siquiera cuando, por fin libre pero también a la orilla de una muerte demasiado prematura, plantará sus raíces en el matrimonio con Beatriz.
Eso le habían repetido los marineros una y otra vez animándolo a la aventura: ¿Qué vas a hacer aquí muchacho? Allá hacemos falta y aquí sobramos.
Galletas de avellana (Laborde Libros, Rosario, Argentina, 2014) describe con profunda humanidad la diáspora menor de soledades sin carne ni edad, suspendidas como polen en vuelo entre la tierra negada y la tierra prometida, ansiosas de aprender que la libertad - como bien saben los árboles - florece desde el suelo, no desde el cielo.
Alberto Asero
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